En la Ciudad hay 27 Ferias Itinerantes con productos más baratos que los supermercado

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Publicado: 07/09/2017
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Las ferias itinerantes de abastecimiento barrial (FIAB) son puntos móviles de venta alimentos y otros productos autorizados por el Gobierno de la Ciudad. En septiembre de 2016, eran 16. Hoy, 27. Funcionan de martes a domingo en 60 ubicaciones. Tienen entre siete y doce puestos, y venden frutas, verduras, pescados, especias y muchos más productos. Se calcula que por semana cada feria promedia unos 4.500 clientes. 


Cada 15 días, el gobierno acuerda con los feriantes un listado de precios sobre 30 productos básicos de la canasta familiar y así se garantiza que los valores en los puntos móviles sean parejos y más baratos que los que ofrece un supermercado o local a la calle. La base para definir los precios son los valores del Mercado Central.

Todos los martes Clelia Rolandi (86) agarra su carrito de metal y tela, algunas bolsas y camina tres cuadras hasta la Plaza Boedo. A las 11 está quinta en la fila de la verdulería: “Hace casi un año vengo. La mercadería es buena y me ahorro por lo menos un 20 por ciento. Mirá el kilo de tomates redondos: acá está $40 y en el súper $50”, dice. “Lo sé -sigue- porque el martes pasado llovió y tuve que ir al super. Pensé que por el clima la feria no iba a estar, pero recién los chicos me dijeron que sí, que vienen igual”. Llama “chicos” a los puesteros, ellos le dicen “linda”, “reina”.

Las ferias itinerantes se arman con trailers que a su vez se trasladan con camionetas. Son mercados rompecabezas, nómades. En Boedo, una verdulería abre la hilera de puestos, otra la cierra. En el medio, los vendedores se asoman entre salamines y hormas de queso, bolsas de arpillera llenas de nueces o almendras. Fernando Bergami (29) acaba de comprar en la última verdulería. Con una mano sostiene su bicicleta, con la otra un cajón de madera. Adentro hay mucho: tres plantas de espinaca, coliflor, tomate, berenjena, perejil y peras. “Es la compra de la semana. Soy vegetariano y consumo bastante”, dice. Hace dos meses llegó a Boedo. El barrio, sus casas y fachadas, fueron un descubrimiento, no la feria. Era cliente de una en La Boca y no bien se mudó buscó en Internet si existía otra cerca de su casa nueva. En la pantalla del celular le apareció una a cinco cuadras. “En una verdulería normal no sabés cuánto vas a terminar gastando. Comprar sin saber el precio es un peligro. Acá está definido y los productos son más frescos”.

La mercadería, sus valores actualizados, las ubicaciones y horarios de los mercados pueden chequearse en la web del Ministerio de Espacio Público. La Ciudad también desarrolló la aplicación BA Ferias, que se puede descargar gratis en celulares con Android.

“Hay prejuicios sobre los días, los horarios, venir o no con changuito. La semana pasada me enfermé y lo mandé a mi marido a la feria. No quería saber nada, pero al final cedió y le gustó”, dice Mariela Lanes mientras mantiene una espera paciente en el carrito de fiambres. Los precios, agrega, lo convencieron: “Cien gramos del jamón más caro salen $20, en un supermercado casi $50. Lo mismo con las frutas secas, en la feria cuestan la mitad”.

Los primeros mercados al aire libre surgieron alrededor de 1890 ligados al ingreso masivo de inmigrantes. La población que emigraba de Europa trajo su cultura culinaria. Los españoles querían garbanzos y arvejas, los italianos pastas y tomates. Esas necesidades empezaron a concentrarse en los barrios, que crecían en forma continua. En ese contexto empezaron a aparecer puestos dedicados a vender jamón cocido o crudo, costillares de vaca, de cerdo, además de verduras, frutas y garbanzos. La metodología se mantuvo durante décadas. Hoy, la mayoría de los que recurren a la feria, no busca nostalgia. Tampoco son todos jubilados o sólo trabajan por la tarde. Los que no pueden acercarse de lunes a viernes, de 8 a 14, usan sus fines de semana.

Los domingos Maximiliano Modenutti (31) trata de despertarse temprano, aun si salió y durmió poco. Una vecina le recomendó la feria de avenida Dorrego al 2800, en Palermo, y le hizo una advertencia: “Andá antes del mediodía porque se quedan sin productos”. Él piensa en esa indicación al salir de la cama, vestirse, agarrar una bolsa de tela y a su perra, Piki. Cuando tiene que comprar cantidades más grandes reemplaza perra por changuito. “Compro un kilo de milanesas de carne, otro de pollo. Un kilo de queso cremoso, frutas, verduras y huevos. Vivo con mi novia y eso nos dura dos semanas”, dice. Su departamento está en Las Cañitas y encontrar valores accesibles en la zona es razón suficiente para volcarse a la feria.

"Voy todos los domingos. No falto. Compro naranja, banana, tomate, cebolla, albahaca, espinaca, milanesas y filet de merluza", dice Julieta Torres (24). Es una fiel clienta del mercado que llega a Núñez. "El supermercado no lo puedo pagar -agrega-. Es carísimo. Voy por papel higiénico, pasta de dientes, shampoo y crema de enjuage. Mis consumos de comida ahora solo pasan por la feria".

Fuente: Clarin