Las villas porteñas tras el pico de coronavirus: del modelo a seguir a los dramas de siempre

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Publicado: 19/08/2020
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Fueron el primer gran foco de contagio. Con testeos y aislamiento se revirtió la situación. Pero persisten los problemas con los servicios básicos y muchos se quedaron sin trabajo.

El Padre Toto pedalea rápido en su bici, sorteando vecinos, autos, camiones y motos. Levanta la mano cada vez que escucha un saludo a lo lejos. Está apurado, va hacia la esquina de Luna e Iriarte, en Barracas. Allí un grupo de vecinos inicia una protesta para visibilizar la falta de agua y luz en la Villa 21.24 y él los acompaña. Muy cerca de esa esquina, junto a las vías de un tren de carga de la línea Roca, brotan aguas servidas de pozos cloacales informales, con sus bocas a cielo abierto. Aún en medio de estas circunstancias desfavorables, en este barrio pobre del sur de la Ciudad, fue posible "aplanar" la curva de contagios de coronavirus.

Casi cuatro meses atrás, el 21 de abril, se registraba el primer contagio en villas. El caso se detectó en la Villa 31 de Retiro. Se cumplía un mes de la cuarentena, y comenzaba a tomar estado público la preocupación de los vecinos y las organizaciones sociales que visibilizaban la imposibilidad de cumplir con los cuidados básicos, como el aislamientos en las casas. La falta de los servicios públicos esenciales -agua potable y cloacas, electricidad y la recolección de los residuos- complicaron la situación. Con este escenario, los casos se dispararon, y los barrios pobres pasaron a ser el mayor foco de preocupación. Un polvorín.

Y aunque las condiciones de base no cambiaron, en todas estas semanas los números de contagios y muertes fluctuaron a la inversa que en el resto del Area Metropolitana de Buenos Aires. En los barrios populares todo indica que la famosa curva se encontraría superada y en descenso. Sólo en la Villa 31 pasaron de realizar 300 testeos por día a 40. ¿Qué dicen los números? Hasta el lunes, había en toda la Ciudad 77.484 casos positivos acumulados y 1.771 fallecidos, con una letalidad del 2,29%. De este total de casos positivos, 14.321 se dieron en los barrios pobres; en donde hubo hasta ahora 159 fallecidos. La tasa de letalidad es del 1,1%. Desde el 28 de junio, los gráficos de barras muestran un descenso sostenido.

Al margen de los números, los vecinos siguen trabajando en la primera línea de batalla, tratando de mantener al virus lo más alejado posible. Porque si bien hay una sensación de que el manejo de la situación esta controlado, la problemática específica de esta pandemia en los barrios trasciende hacia otras carencias. Por ejemplo, la pérdida de los ingresos para muchos vecinos que trabajan en la informalidad.

Aunque sin datos oficiales, se estima que en la 21-24 viven más de 80 mil vecinos. Aquí el paso del coronavirus ya dejó 22 muertes y 2.633 contagios. Hasta el jueves 13 de agosto se registraron 63 muertes en la 1.11.14 de Flores (3.335 contagios) y 36 fallecidos en la Villa 31 de Retiro (con 2.994 positivos). En todas ellas, la intensa actividad comercial, las pequeñas obras en las viviendas y el ir y venir de gente, se ve como en cualquier otro día de pre pandemia. El cambio radical se ve en el uso del barbijo.

Cristian Heredia tiene 41 años y es un referente barrial en la 21-24, nacido y criado allí. Cuenta a Clarín cómo fueron los primeros días: "Cuando llegó el virus, fue una explosión. Veníamos de muchos años con muchísimas demandas pendientes, básicamente todo lo relacionados con los servicios, cloacas y agua potable. Y el coronavirus llegó para dejar en evidencia las necesidades del barrio. Los vecinos al frente de los comedores y los merenderos se enfermaron y fue un golpe duro", contó. Para peor, el plan DetectAr "arrancó a los tropezones, se tardaba mucho en tener los resultados de los testeos. Por suerte, con el correr de los días todo se fue aceitando y mejorando", cuenta.

El programa usa como base de operaciones un Cemar, que es un centro de atención médico de complejidad, en donde se hacen todo tipo de estudios; así, los vecinos evitan colapsar los dos hospitales de la zona, el Argerich y el Penna. El Cemar se construyó en un antiguo galpón de la ex DGI, por impulso de la Asociación Civil La Vereda de Enfrente. Ahora, desde aquí, se monitorea todo lo relacionado con los testeos. En tres o cuatro horas los vecinos tienen los resultados y se deciden luego las derivaciones, dependiendo del estado de salud de los casos positivos y si tienen posibilidad de aislarse o no.

Además del Cemar y los dos hospitales cercanos, en el barrio hay cuatro Cesac. "La intervención del Estado con los testeos es vital pero ayuda mucho la charla y la concientización con los vecinos. Estamos mejor, pero la preocupación enorme es que muchos vecinos se quedaron sin trabajo", se lamentó Cristian, que demás de trabajar con la asociación y los vecinos, es cantante. En el barrio, su alias es Cristian Rey.

Gabriel Battistella es Subsecretario de Atención Primaria, Ambulatoria y Comunitaria de la Ciudad. Es uno de los profesionales a cargo del programa DetectAr, que se implementa junto al gobierno nacional. Desembarcó en los barrio populares y fue el motor que permitió llegar con los testeos a los contactos estrechos de los contagiados por coronavirus. Luego el programa continuó por los barrios formales. "Ahora está en 32 barrios. La búsqueda activa en los barrios pobres se refleja en los números actuales. Hoy la mayor cantidad de camas ocupadas son de enfermos leves y moderados. Con el diagnóstico rápido se logra cortar la cadena de contagios", explicó a Clarín.
Héctor es hijo del actor Horacio Arrieta, uno de los vecinos famosos e históricos del barrio. Foto: Maxii Failla.

Hasta el lunes, las camas ocupadas por enfermos leves en hoteles (más Costa Salguero) eran 1.862 de 5.000 disponibles, un 37,2%. Mientras que las camas destinadas a moderados son 1.500 y un 49% se encuentran ocupadas (736). Finalmente, las camas de terapia intensiva en el sistema público de salud son 450, de las cuales 291 se encuentran ocupadas (64,6%).

Battistella destaca que la tasa de letalidad en los barrios pobres es "baja y tiene que ver con que el 85% de las muertes se dieron en personas que tenían más de 70 años. Y en los barrios la población de adulto mayor es más baja que en el resto de la Ciudad. Por eso también pasó que las muertes estuvieron más relacionadas con factores de riesgo", explica.

Como ocurrió en la mayoría de los barrios, el trabajo con los referentes y las organizaciones hizo la diferencia. Con ellos, el Estado pudo golpear puerta a puerta, buscando a los contactos estrechos de los casos positivos, para también poder testearlos.

En algunas zonas de este barrio en Barracas, la Ciudad está presente con el IVC (Instituto de Vivienda de la Ciudad), y otros organismos públicos. Y en los últimos años se hicieron relocalizaciones de viviendas y obras de infraestructura, para cumplir con el fallo de la Corte Suprema de Justicia que ordenó liberar el Camino de Sirga. Además, trabajan muchas organizaciones no gubernamentales y la Nación tiene un punto referencial que es la Casa Central de la Cultura Popular, sobre Avenida Iriarte (hoy cerrada debido a la emergencia sanitaria).
Rubén Díaz se contagio coronavirus y estuvo internado. Ahora no tiene trabajo y está al frente de una olla popular.

Al recorrer el barrio, es muy dificil ver a algún vecino sin barbijo. Uno de los pocos es Rubén Díaz. Tiene 47 años y también es nacido y criado aquí. Contrajo el virus y estuvo internado, pero sin respirador. Le contó a Clarín que está sin trabajo pero organizando una olla popular junto a otros vecinos, "para ayudarnos entre todos". Unos metros más allá, José (65 años) trabaja a contrarreloj en su propio lavadero; en unos minutos tiene que entregar un auto. Nació en Avellaneda pero hace muchos años que vive en la villa. "Estuve un mes encerrado, después tuve que salir a trabajar, no me quedó alternativa. Abrí el lavadero otra vez, uso barbijo, ahora también alcohol y lavandina", cuenta.

Sobre Osvaldo Cruz, otro vecino lava la vereda de su ferretería con acaroína. "Antes podía pasar varios días, y hasta más de una semana, sin lavar las veredas. Ahora agarré la costumbre de hacerlo todos los días, antes de abrir. Yo lo veo como un pequeño aporte para el barrio, nadie quiere que esta pandemia mate más vecinos", dice este joven.

“En este momento estamos trabajando en dos velocidades: por un lado, en el aquí y ahora de la pandemia. Y por otro, en la planificación del día después de la cuarentena, continuando con enfocar la política social en clave de desarrollo productivo y equitativo. En este proceso, para nosotros es muy importante, o diría que esencial, impulsar la integración socio-urbana de los barrios populares con una participación activa de sus vecinos y vecinas. Por eso trabajamos junto a todos los actores de los barrios: los vecinos, las organizaciones de la sociedad civil, los curas villeros y los referentes barriales entre muchos otros, porque creemos que las decisiones colectivas son las que abren los caminos que acompañan los procesos hacia las transformaciones concretas, duraderas y sustentables", opinó la ministra de Desarrollo Humano y Hábitat, María Migliore.

Desde que arrancó la cuarentena el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, explica que se sabrá que el pico de los contagios y las muertes fue superado, una vez que los números comiencen a bajar. En las villas este proceso ya se refleja. Pero en muchas ciudades del mundo el coronavirus regresa con rebrotes. Sucede ahora mismo en regiones de Italia y España. Por eso en los barrios pobres, nadie baja los brazos.
Una historia del Barrio Rivadavia

Blanca Álvarez es una reconocida vecina del Barrio Rivadavia 1, en Bajo Flores, pegado a la 1.11.14. Por las calles finitas y las veredas estrechas de este barrio, no hay quien no sepa dónde ubicarla, a ella y a su comedor y merendero, Rayito de Luz. El Rivadavia dejó de ser villa en los 80, cuando con el regreso de la democracia se realizaron algunas intervenciones de urbanización. Hoy es un barrio formal, pero con muchas necesidades. Blanca lo pone en números. "Desde que arrancó la pandemia, no paramos nunca de recibir gente. Estábamos sirviendo 250 raciones de comida, pasamos a servir 340 y ahora estamos en 580. Para poder darle una comida caliente a todos los vecinos que se nos acercan, estamos sirviendo porciones más pequeñas", se lamenta Blanca.

En los barrios populares, los dirigentes, los vecinos que participan de las organizaciones sociales y muchas mujeres encargadas de merenderos y comedores se contagiaron de coronavirus. En Rayito de Luz no hubo contagios y los cuidados se mantienen como al principio.

Para llegar a la mayor cantidad de vecinos posible, Blanca se convirtió en una experta, administrando toda la ayuda que recibe. "El comienzo de la cuarentena fue muy angustiante para todos, porque para los vecinos se vincula también con la pérdida de las fuentes laborales. Porque muchos trabajan en negro y son los primeros que se quedan sin trabajo. Ahora los contagios se calmaron pero no podemos bajar la guardia. Tenemos que seguir cuidándonos y luchando cada día para apoyarnos y salir adelante", dice Blanca.

 

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