“Cambió mucho”, define el antiguo dueño de uno de sus locales paradigmáticos, que cerró hace poco. En su visión, no hubo un solo factor causante del declive, sino varios. “Cuando explotó estaba muy bueno por la seguridad y la variedad de la oferta. Todo se concentraba en un pasillo de pocas cuadras, con policías en cada extremo. Apuntábamos sobre todo a un público joven, con dinero. Pero cuando se armó la moda, los propietarios de los espacios vieron que funcionaba y nos empezaron a matar con los alquileres. También nos pesaba mucho tener que pagar por las mesas y sillas en la vereda”, explica.
Justamente, la disposición que obligaba a los restaurantes a tributar por este tipo de uso fue derogada recientemente por la Legislatura de la Ciudad. Otro problema era la normativa que dificultaba el establecimiento de nuevos locales gastronómicos. Por esa razón, cuando uno de ellos cerraba, era improbable que fuera reemplazado por otro. “Eso dejó de tener vigencia desde principios de este año, con la aprobación del nuevo código urbanístico, que impone áreas mixtas dentro de cada zona –es el caso de Las Cañitas- y posibilita combinar zonas de residencia con emprendimientos gastronómicos o comerciales”, señala Ariel Amoroso, titular de la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés (AHRCC) de la ciudad, y uno de los principales impulsores de la actualización de las disposiciones sobre las mesas y sillas en la vereda.
Por último, pero no menos importante, estaba la escasez de lugares para estacionar. “Varios locales nos juntamos e hicimos gestiones para ver si podíamos usar un predio cercano, del Ejército o del hipermercado que está del otro lado de Dorrego, pero no logramos nada”, recuerda el gastronómico que decidió emigrar a otras zonas.
Las tres playas privadas de estacionamiento (una sobre Chenaut, otra sobre Báez y otra al fondo de la calle Arévalo) representaban un gasto extra que debían tener en cuenta quienes se acercaban para cenar o tomar unos tragos. Hoy, la hora de estacionamiento cuesta desde $ 80 y la media estadía, desde $ 280.
Una breve recorrida por esta zona de Palermo evidencia el cambio de época. En la esquina de Báez y Chenaut, donde antes estaba el restaurante Piegari Piazza, hay una local de una cadena de farmacias. Una heladería tradicional, un bar de jugos y un local de helados en roll reemplazan otros tantos restaurantes. Donde antes quedaba el mítico Jackie O, un cartel anuncia la inminente llegada de un gimnasio.
De hecho, hay siete gimnasios en cuatro cuadras: quizás el tipo de local que más fácilmente puede aprovechar el amplio espacio que dejaron los gastronómicos. La gran pregunta es si habrá clientes para todos. También hay dos barberías, la clase de emprendimiento que no estaba de moda cuando la zona era un masivo lugar de encuentro nocturno.
¿Quiénes sobreviven? “De lunes a miércoles a la noche cayó mucho la llegada de autos. De jueves a sábado a la noche cayó menos, pero los domingos tenemos la misma cantidad de gente. Van al mediodía a comer a la Fonda del Polo y a los restaurantes más clásicos y familiares”, observa Ricardo, que trabaja desde hace diez años en una de las playas de estacionamiento.
Roberto, el encargado de la Fonda del Polo, confirma esta apreciación. “A nosotros no nos cambió mucho. Tenemos los problemas de todos los restaurantes, como el precio de los servicios, por ejemplo. Pero a la noche y al mediodía, la gente sigue viniendo”, afirma. En sus palabras, las nuevas hamburgueserías o heladerías “no son competencia” porque apuntan a un público más joven. Sí puede enumerar todos los locales que cerraron, entre los que destaca El Primo –anterior incluso a la Fonda, que ya lleva 25 años allí- y Azul Profundo.
“Antes los días jueves a la noche, por ejemplo, había mucho más movimiento. Incluso teníamos el problema de que había trapitos, que se abusaban un poco cobrando cualquier cosa”, recuerda Roberto. Hoy mira los nuevos locales que abren con curiosidad y ojo experimentado. “En algunos casos me pregunto cuánto podrán durar”, sintetiza.
Otro de los que comparten el podio de los clásicos es el bistró Novecento, que llegó a la esquina de Báez y Arguibel en 1996 a partir del emprendimiento inicial en el Soho de Nueva York. Nano Babusci, gerente general del local de Las Cañitas, repasa el derrotero que siguió el barrio: “Cuando nosotros llegamos, estaba muy lejos de ser un polo gastronómico. Después sí, Novecento se volvió un ícono y la zona se convirtió en el polo de vanguardia, con restaurantes innovadores como La Corte, Azul Profundo o Soul Café. Estaba de moda, fue uno de los primeros lugares en nuclear propuestas gastronómicas diferentes”, indica.
Desde entonces, Babusci nota una mutación. “En la ciudad crecieron otros emplazamientos con propuestas gastronómicas diferenciales, y en Las Cañitas quedaron las parrillas y los lugares más nuevos, estilo bar. Pero ahora el barrio está volviendo a sus inicios y la gastronomía está mejorando”, aporta, optimista.
CLARIN.COM