"Cuando el cierre se transformó en algo mediático me escribieron de todas partes del mundo. Eso me llevó a pensar que mucha gente estaba interesada en que Clásica continuara. Pero el tiempo pasó y las conversaciones se enfriaron", dice Fernando Monod. En noviembre debió hacerse cargo de la librería porque su hermano Alejandro se enfermó. Y lo que en principio iba a ser temporario, se prolongó.
Alejandro estuvo siete meses internado por problemas cardíacos y a Fernando -ingeniero zootecnista sin conocimientos sobre cómo gestionar una librería- le tocó enterarse que había una deuda de alquiler que rozaba los $ 500.000. Ese fue el primer impacto. El segundo, y todavía mayor, llegó para Navidad, con una orden de desalojo que se concretó el 19 de febrero. Esa mañana Fernando bajó las persianas junto al cocinero -que llevaba 23 años en Clásica- y el asistente de cocina. Los tres se quedaron del lado de la calle con los ojos llorosos. Fernando después entregó las llaves del local de avenida Callao 892.
Durante 80 años, por ahí transitaron desde Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Manuel Mujica Lainez, pasando por Abelardo Castillo, Liliana Heker y Fernando Noy, hasta Samanta Schweblin, Selva Almada, Julián López y Gabriela Cabezón Cámara; los que en especial fueron promovidos por Natu Poblet desde la vidriera y recomendaciones de Clásica.
Ahora esas vitrinas son dos rectángulos fucsia con estantes vacíos. Tampoco están las puertas vaivén de picaporte de bronce, ni la ventana que dejaba ver el salón del café literario. "No podemos entrar porque está cerrado judicialmente. La llave la tiene el abogado del dueño. A veces paso solo y a veces con mi hermano, que vive a la vuelta. Es imposible no ver a Clásica, el cartel se ve desde casi (avenida) Córdoba", dice Fernando, que hace un silencio y sigue: "Cuando nos sentamos en el banco, miramos si hay algún movimiento. La verdad, no sé qué queremos ver".
En los meses de cierre hubo ofertas, pero ninguna todavía se concretó. "Se presentaron cuatro grupos inversores: uno chino y el resto locales. Dos de ellos estaban interesados en comprar todo, incluso el local, pero no sabemos si el dueño quiere venderlo. Otro grupo quería quedarse con la marca y el fondo de comercio. Y el otro, pretendía la parte gastronómica. No era del palo cultural", describe, y dice que prefiere no dar los nombres de los interesados.
En el medio, también se presentó una mecenas. La mujer estaba dispuesta a dar la plata que fuese necesaria para levantar Clásica. "Le dije que no. No me pareció ético aceptar el dinero porque había ofertas de otros que querían comprar. Se lo agradecí mucho y le traté de explicar". Entonces los diálogos con los inversores eran fluidos. Después se irían espaciando en el tiempo. Quizás por la situación política y económica del país, donde cualquier operación parece en pausa por las elecciones.
"En este momento estoy más ansioso. Siento que hay un parate", dice Alejandro, librero y filósofo, pareja de Natu. Todavía está recuperándose de su operación de corazón. "Nosotros estamos abiertos a cualquier posibilidad. El lugar físico es emblemático, esperamos que alguien compre y se quede ahí. Y si quiere reafirmar la inversión, luego puede abrir otras Clásica, en otros lugares. Puede hacerlo en España, donde también está registrada la marca".
La historia de Clásica y Moderna se relaciona desde el inicio con España. Incluso podría decirse que empezó cuando Emilio Poblet Diez, el abuelo de Natu, emigró desde Madrid, en 1916, y fundó la Librería Académica de Poblet e hijos en Buenos Aires. En 1938, Francisco, uno de los hijos de Emilio, se separó para crear Clásica y Moderna con su esposa, Rosa Ferreiro. Años después Natu y Paco, fruto de ese legado de libreros españoles, convirtieron Clásica en más que una librería, con cursos, conferencias, presentaciones de libros, recitales y otros encuentros.
En 80 años, siempre fue un refugio, pero más durante la dictadura. Los libros prohibidos se protegían en el fondo. El filósofo Santiago Kovadloff dijo que en esa época había sido "una universidad en las sombras". Y lo que siguió fue muy próspero hasta la muerte de Natu, en junio de 2017, cuando todo empezó a opacarse.
"Natu pasó varios años mal y mi hermano se ocupó de ella. Se gastó mucha plata en el tratamiento y se empezó a fundir. Cuando yo llegué, desconocía las deudas. Esa es la realidad", dice Fernando. Si bien el local pertenecía a la familia, en los últimos años se vendió, por eso alquilaban. "El dueño me cae muy bien. Tuvo muchos gestos con mi hermano y está esperando ver qué pasa. Es un buen hombre y no tiene por qué hacer actos de beneficencia. Yo lo entiendo", agrega.
En febrero, poco después de que el desalojo se volviera viral, el ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Enrique Avogadro, subió en su cuenta personal de Twitter una foto de Fernando y él, sonrientes, con este texto: "Nos juntamos recién con Fernando Monod, actual administrador de Clásica y Moderna. Vamos a ayudar para mantener en marcha un espacio para la cultura de nuestra Ciudad". Por esos días, Fernando también fue contactado por el presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, Daniel Filmus, para generar un proyecto de ley de protección de Clásica. En concreto, declararla patrimonio cultural inmaterial.
"Los dos nos siguen apoyando", coinciden Alejandro y Fernando. Fernando suma: "Están dispuestos a trabajar juntos. Y es un buen ejemplo de la cultura cerrando la grieta".
Pero a casi seis meses, lo que hay son intenciones o posibilidades. Nada concreto. "Seguimos buscando una solución, una que deje conforme al dueño, a mi hermano, a la Ciudad y a los amantes de Clásica", dice Fernando. Por ahora, lo único concreto son él y su hermano sentados, de tanto en tanto, en el banco de cemento. Mirando las persianas, los candados. Mirando sin saber qué. En simultáneo, a la página de Facebook del café literario siguen llegando consultas, sobre todo desde el exterior. Dicen: "¿Qué hay esta noche en Clásica y Moderna?".
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