Tras su arranque hogareño en 2007, el espacio se dividió en dos sedes. Una quedaba en San Telmo, en una casa antigua sin más seña que unas letras con fibrón en la pared. La otra, en el coqueto microcine del desaparecido hotel Elevage.
Hasta que en 2013 se mudó al lugar donde por años funcionó el Arteplex de Diagonal Norte, entre Cerrito y Libertad. Fue en ese momento cuando pasó a llamarse BAMA Cine Arte y comenzó a formar parte del circuito comercial de cines porteños, aunque manteniendo su espíritu cineclubista.
En ambas etapas, el BAMA dictó cursos sobre movimientos y grupos de cineastas, en un departamento de Cerrito casi Arenales. Y siempre le sumó a su programación de autores contemporáneos el plus de las retrospectivas y las proyecciones exclusivas.
Es un "trabajo muy de pico y pala, pero el público va creciendo", había dicho el programador y cofundador del BAMA, Guillermo Cisterna Mansilla, poco tiempo después de la mudanza al Microcentro. Fue él quien este lunes anunció el fin del complejo a través de un comunicado en la página de Facebook del lugar. Consultado por este diario, no quiso profundizar sobre los motivos del cierre y se limitó a decir simplemente que "terminó una etapa".
"Estamos muy orgullosos de haber cumplido con el objetivo que nos hemos propuesto en estos seis años, el de ser esa sala de cine que ya no hay", reza el texto con el que Mansilla se despidió del público. Fueron sus habitués y seguidores los que especularon sobre las causas y culparon especialmente a la crisis y a la falta de políticas para proteger los cines autogestivos o barriales.
El declive viene de larga data, aunque se agudizó en los últimos años. La última pérdida fue hace dos, cuando cerró el Arte Cinema, el espacio que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) tenía en la esquina de Salta y Garay, en Constitución. El local está en venta desde ese momento, como lugar "ideal para centro cultural, empresa, oficinas ministeriales, supermercado, institución o fundación". Su precio: US$ 290.000 por casi mil metros cuadrados.
En los barrios más alejados del centro es aún peor: en la gran mayoría no hay ningún espacio de este tipo. Y en algunos está la posibilidad de recuperarlos, pero a fuerza de paciencia y lucha, como los vecinos de Mataderos y el cine El Plata. Es que el Gobierno porteño tiene la obligación de terminar de ponerlo en valor y reabrirlo como parte del Complejo Teatral Buenos Aires. Pero sólo presentó un plan de obras cuando un juez lo obligó a hacerlo. Y el que finalmente envió no fue bien recibido por los vecinos.
Villa del Parque perdió el suyo en 2017: su Arteplex dejó de funcionar en febrero de ese año, en principio para ser refaccionado. Pero lo que desembarcó en su lugar cinco meses después fue CPM Cinemas del Parque, con una programación mucho más comercial que la de su antecesor. Hoy ni siquiera existe ese complejo, ya que el propio centro comercial que lo alojaba, Del Parque Shopping, también cerró.
"En los noventa se perdieron dos tercios de los cines que había en el país, y esa cantidad nunca se reconstituyó. El tema de la habilitación se ha simplificado en la Ciudad, pero aún hace falta que el Estado dé ayudas, créditos blandos, exención de determinados impuestos", resalta Fernando Lima, ex vicedirector del INCAA y crítico cinematográfico. Él es además uno de los organizadores del ciclo "Nos quedamos con las ganas", en El Más Acá Club, en San Telmo. Allí proyectan cine argentino que, justamente "bajó de cartel por falta de espacio, no de público".
Lima condujo a su vez un programa televisivo producido por el BAMA, "Cinema Mon Amour", por Canal (á). "El caso del BAMA permitía ilusionarse, porque, a diferencia de otros lugares, era un cine comercial, no un cineclub, aunque hubiera nacido como tal. Uno podía pensar que se había logrado el milagro y que se podía sobrevivir, pero evidentemente no pudo sostenerse", lamenta.
Con todo, algunos espacios resisten. Es el caso, por ejemplo, del cineclub Núcleo, que sigue funcionando todos los lunes y dos domingos al mes en el Gaumont. O del Cosmos UBA, una sala emblemática desde los sesenta, que reabrió en 2010 luego de que la comprara la universidad. O la Lugones, en el décimo piso del teatro San Martín, que volvió hace dos años tras varios cierres y una serie de refacciones que parecían no tener fin.
"El problema con la exhibición independiente es que todavía estamos muy lejos de tener políticas culturales que lo sostengan. El Estado debe apoyar la distribución y exhibición más desprotegida, con exenciones impositivas y subsidios para modernizar esas salas", dice Javier Porta Fouz, crítico cinematográfico y director artístico del BAFICI, y agrega: "Hoy un distribuidor independiente tiene muchos problemas para importar una copia. Las etiquetas de cine de autor por un lado y cine comercial por el otro no son útiles, porque segmentan al público y restringen las posibilidades de que todos veamos un cine de diversidad y estemos habituados a él".
Los centros culturales de la Ciudad, en especial los que cuentan con el apoyo de gobiernos europeos o asiáticos, aportan lo suyo. Y también las funciones en el MALBA, los ciclos en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) y la programación nacional en cineclubes como Comunidad Cinéfila, en Monserrat.
Son pequeñas trincheras en un contexto hostil, lugares que abren cuotas mínimas de esperanza. Como las que abrió el propio Mansilla al final del comunicado sobre el BAMA: "Quizás nos volvamos a ver pronto, pero mientras tanto no dejen de ir al cine". Un consejo que vale siempre, aunque en estos tiempos sea más difícil de cumplir.
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