Según una encuesta realizada en 2017 por la Secretaría de Transporte de la Ciudad de Buenos Aires, sobre una muestra de 1.000 vecinos, el 44% de los consultados opinó que el principal problema que se produce a la entrada y salida de las escuelas es la acumulación de autos en doble fila. Otras infracciones comunes son la obstrucción de rampas para personas discapacitadas o incluso autos que estacionan sobre las veredas.
La respuesta fue la implementación de un programa de trabajo conjunto con las escuelas llamado “Sube y Baja”, que busca ordenar la llegada de los chicos. La iniciativa se hace eco de los sistemas que se organizan en Madrid, Roma y diversas ciudades australianas. Hace dos años se empezó con una prueba piloto en tres colegios, Esquiú, Nueva Escuela Argentina 2000 (NEA 2000) y Bayard, en los barrios de Belgrano y Palermo. El resultado fue una disminución de hasta 100% de la doble fila y la reducción del tiempo total de entrada a 20 minutos en promedio. Al año siguiente se sumaron 71 instituciones, en todos los casos de manera voluntaria. En la actualidad la iniciativa abarca a 115 escuelas, un 65% más que las 70 que usaban el sistema al inicio de clases. Otras 6 están en proceso de incorporación, con una meta esperada para fin de año de 150 escuelas.
“A nosotros nos modificó radicalmente la circulación en ese horario”, cuenta Inés Roqué, mamá de una alumna de la primaria de la NEA 2000, sobre la calle Vidal, entre La Pampa y Sucre. “Antes se congestionaba tanto que los que venían por la calle del colegio ni siquiera podían doblar por La Pampa”, agrega.
El sistema allí marca que sólo dos autos pueden estacionar en la zona pintada con la consigna “Sube y baja”, y dos padres voluntarios ayudan a bajar a los chicos. “A los voluntarios nos toca colaborar dos veces en todo el año, no es que se necesita un esfuerzo muy grande o muchos recursos, y la diferencia es significativa”, resume Inés. De vez en cuando, un vecino de la zona deja su auto estacionado varios días sobre el cordón pintado y eso dificulta la implementación.
A veinte cuadras de allí, en Colegiales, La Escuela del Árbol también puso en marcha el sistema para evitar los embotellamientos en la calle Zapiola. “Hay lugar para tres autos. Si están ocupados, tenemos que dar la vuelta manzana y esperar nuestro turno” explica Sol Cecchetto, mamá de cuatro chicos, tres de los cuales son alumnos del establecimiento. El colegio ubica a alguien de su personal en una esquina, para que los que quieran puedan doblar antes por la calle Céspedes y dejarlos allí.
La escuela Santa Brígida, que está en Gaona al 2000, en Caballito, empezó con el sistema hace tres meses para el horario de entrada. “Había un verdadero caos en el tránsito, se hacía un embudo en la puerta del colegio y eso afectaba el modo en que las familias se trataban”, recuerda Laura Chiaradía, la directora del nivel primario. “Todavía estamos a mitad de camino y no contamos con tantos voluntarios, pero el cambio hasta ahora es muy positivo. Hace más prolijo el tránsito, relaja la llegada a la escuela y además generó en toda la comunidad mayor conciencia de lo que es la seguridad vial”, añade. El establecimiento tiene pensado implementar también el programa a la hora en que los chicos salen.
“En cada caso, arquitectos enviados por el Gobierno de la Ciudad evalúan la zona, las características de la calle y hacen un proyecto de obra ajustado para esa escuela y esa calle”, explica Juan José Mendez, secretario de Transporte del Gobierno de la Ciudad. Las modificaciones incluyen la demarcación de la zona, el pintado del cordón de la vereda y la calzada donde corresponde y la cartelería del entorno. También se proporcionan materiales como conos y pecheras para los voluntarios. Algunas veces, las escuelas añaden sus propias mejoras. Por caso, el colegio Pestalozzi diseñó una app que identifica vehículos y conductores que están esperando para retirar a los chicos.
Un caso distinto es el del colegio Mekhitarista, a la vuelta del Pestalozzi, sobre la calle Virrey del Pino, en Belgrano R. Allí, los padres integrantes de la Comisión Directiva propusieron el proyecto y encargaron su instrumentación a tres padres designados como coordinadores. Sin la intervención del Gobierno de la Ciudad, organizaron un método al que llamaron “Sistema de Tránsito Seguro”: los coordinadores se comunican con las madres delegadas por cada grado para distribuir la participación de los voluntarios.
“Este es el cuarto año que lo hacemos. Entendemos que como comunidad de papás somos responsables de dejar a los chicos en las condiciones más ordenadas posibles. De paso, damos el ejemplo a nuestros hijos y, como comunidad escolar, al resto de los colegios y a los vecinos de la zona, porque no tenían por qué padecer las complicaciones de nuestro ingreso a la mañana”, señala Cecilia Wilcke, una de los tres coordinadores de este año y quien se encargó de organizar el archivo Excel a principios de curso con la participación de todos los grados.
Néstor Agnoletti, otro de los coordinadores, coincide con esta apreciación. “El colegio pertenece a la comunidad armenia, aunque la mitad de los chicos no son descendientes de armenios. Pero esta impronta comunitaria está en un montón de cosas, hay una vocación de ayudar y de ser voluntario. De hecho, Federico Consiglieri, el padre que motorizó esta idea, pidió la ayuda de otro padre, que era líder en un grupo scout”, cuenta.
Entre iniciales y primarias, en la ciudad existen 894 escuelas de gestión estatal y 906 de gestión privada. El número de edificios escolares es menor porque, sobre todo en los casos de las públicas, a veces un mismo predio contiene más de una escuela. De todas maneras, la cifra indica que existe un campo pendiente para una mayor extensión del sistema.
Por otro lado, el grado de aplicación es mucho menor en escuelas públicas: sólo 9 de las 121 que participan de “Sube y Baja” en la actualidad lo son (menos del 8%). Desde la Secretaría de Transporte, la respuesta es que en general los chicos que asisten a esos establecimientos llegan caminando, porque al momento de la inscripción se tiene en cuenta la cercanía del hogar o del empleo de los padres. “De todos modos, trabajamos en conjunto con el Ministerio de Educación para identificar y seleccionar las instituciones estatales más complejas en materia de tránsito”, indican.
Así y todo, sigue habiendo casos problemáticos. Uno de ellos es el de las dos escuelas que dan a la avenida Libertador, junto al Hipódromo de Palermo. La convivencia entre los niños, los ciclistas de la ciclovía que corre junto a la avenida y los autos en doble fila es difícil. “A veces se juntan hasta dos filas de autos. Por otro lado, muchos ciclistas pasan a toda velocidad, si bien hay carteles que dicen que en las horas de ingreso de chicos tienen que bajarse y pasar caminando”, se lamenta Roberto, que lleva a su hija a una de esas escuelas de camino a su trabajo.
El ordenamiento del ingreso de los chicos a los colegios como manera de mejorar el tránsito no es ley en ningún país, pero sí forma parte de iniciativas municipales. Ciudades como Madrid, Roma y las australianas New South Wales y Queensland tienen sistemas parecidos.
“En algunos lugares se aplican iniciativas como ‘Pick up, drop off zones’, para que los papás y mamás dejen a sus niños. Algunas de esas zonas para dejar o buscar a los chicos están a un par de cuadras de la escuela, pero desde allí son acompañados por voluntarios. Otra iniciativa es ‘Kiss and go’, la más parecida a Sube y Baja, donde se fomenta que los niños bajen solos y entren a la escuela”, explican desde la Secretaría de Transporte de la Ciudad.
En la Argentina, existen experiencias similares en Catamarca y Entre Ríos. "Sube y baja es un éxito por varios motivos: ayuda a mantener ordenado el ingreso y egreso de las escuelas y mejora la relación con los vecinos; fortalece los vínculos entre los niños, los padres y los docentes; y al mismo tiempo incorpora a los alumnos pautas de convivencia desde chiquitos" afirma Juan José Mendez, desde el Gobierno porteño.
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